MONEDAS
Días como estos nos hacen sacar lo mejor y lo peor que tenemos, a nosotros, los comunes, los que transitamos la cotidianidad sin aspavientos ni sobresaltos, en los buses, en la calle, en las madrugadas, hastiados, felices, miserables, pobres, enamorados.
Nunca las guerras son nuestras.
Sin embargo, de chiquitos nos creemos la historia que nos cuentan de la patria y la soberanía, de dios -y su representante travestido aquí en la tierra, el Papa-, del cielo y del infierno, cuando sólo somos empleaduchos de cuarta de los poderosos, ingenuos guardianes de sus intereses. Somos los que pagamos el precio de los sobresaltos, la moneda con que los hijos de puta (los que nos metieron el cuento) pagan sus deudas, ochenta judíos, doscientos españoles, veinte mil iraquíes, treinta mil desaparecidos, ojos, manos, piernas, hijos, padres, hermanos, deseos hechos añicos por nada.
Nos iguala la condición de humanos, pero también la de valor de cambio.
Lo mejor, ya se sabe, la solidaridad, la entrega irrestricta, el heroísmo anónimo de un tipo cualquiera que corre a socorrer a un desconocido sin siquiera pensarlo. Siempre, el que menos tiene es el que está más dispuesto a dar (dispuesto a dar más). Cuanto menos tengas, más próximo estarás de contar sólo con tu vida. Llegado el caso será lo único que tengas para dar.
Lo peor (y no necesito el perdón de nadie), las ganas de meterlos a todos, a los bush, a los aznar, a los menem, a los eta, a los laden, a los mac donals, a todos sus amigos y parientes, en una bolsa, y entre todos darles palazos hasta que revienten como lo que son y merecen: ratas, asesinos, traficantes de poder a precio de cadáveres.
**